Abrir una pizzería en tiempos tranquilos ya es un salto; yo lo di justo antes de que el mundo se detuviera. Llegó la COVID y bajamos la persiana durante tres meses. No podíamos repartir folletos por los buzones, pero sí encender el horno. Cocinamos para donar comida a Protección Civil y a la Policía Local. Ellos publicaron nuestras pizzas en sus páginas y, poco a poco, el barrio empezó a conocernos.
Un tiempo después, una nevada cubrió la calle. Vimos a varias personas limpiando la acera frente a la pizzería y salimos con unas pizzas calientes. Un hombre, Ramón, presenció la escena, pasó por el local, hizo unas fotos y las compartió en su grupo. A partir de esa publicación, todo explotó: el teléfono no paró, los pedidos se multiplicaron y entendimos que la pizza también puede ser una forma de cuidarnos entre vecinos.
Desde entonces seguimos igual: horno encendido, barrio primero y pizzas con corazón. Si quieres conocer el resto de la historia, te la contamos en la mesa—en una porción recién salida del horno.